Nos encontramos en un punto de inflexión, un momento decisivo para el turismo. Tras años de cifras récord y una proyección internacional imparable, el desafío ya no está solo en crecer, sino en hacerlo con calidad, propósito y resiliencia. En un contexto global marcado por riesgos interconectados – geopolíticos, tecnológicos, climáticos y sociales -, mantener el liderazgo exige una nueva mirada: más estratégica y sostenible.
Apostar por la calidad del servicio, comunicar de forma más clara el valor social y económico del turismo y consolidar la convivencia en los destinos son ahora prioridades ineludibles. Así se puso de manifiesto en la XX Jornada de Gestión de Riesgos en el Sector Turístico organizada por WTW el pasado septiembre, donde Baleares emergió como un referente en esta transformación necesaria.
Principales riesgos, retos y oportunidades para un turismo resiliente
En este nuevo escenario, asumir que los riesgos operan de forma aislada puede comprometer el negocio La interdependencia es real y los riesgos desbordan las fronteras funcionales tradicionales. Una crisis geopolítica puede alterar la percepción de seguridad, complicar la movilidad internacional y generar ese “miedo” a visitar algunos destinos. Lo mismo ocurre con fenómenos extremos como incendios o inundaciones: comprometen la experiencia del viajero, tensionan las infraestructuras y deterioran la imagen del destino. De este modo, la gestión del riesgo deja de ser un departamento aislado y se convierte en la capacidad anticipatoria para integrar estrategia, leer señales, construir posibles escenarios y activar respuestas coordinadas.
Por un lado, está claro que la geopolítica seguirá marcando el pulso. La realidad y la percepción de seguridad pesan tanto (o más) que el precio o el atractivo del destino. En paralelo, el cambio climático ya no es una amenaza futura: está aquí y condiciona decisiones de inversión, operación y mantenimiento. Replantear infraestructuras, invertir en eficiencia hídrica y energética y aplicar métricas de riesgo climático debería estar al mismo nivel que cualquier estrategia de promoción turística.
Por otro lado, la dimensión tecnológica ha añadido una capa más de complejidad. Las nuevas tecnologías están redefiniendo la gestión del negocio. Proteger los datos, preservar la privacidad, asegurar la integridad del contenido y gobernar las fuentes de información se ha vuelto estratégico para no perder visibilidad ni control del relato en el nuevo ecosistema de inteligencia artificial. No solo se trata de prevenir ciberataques, sino también de salvaguardar la continuidad del negocio, la reputación y la relación de confianza con el cliente.
Por supuesto, nada de lo anterior es posible sin las personas. La escasez de talento cualificado ya es un riesgo de fondo que impacta en la capacidad de adaptación del sector. En destinos con un alto coste de vida, atraer y fidelizar profesionales requiere políticas reales de vivienda, movilidad, conciliación y desarrollo profesional. A su vez, los distintos modelos de negocio deberán integrar el crecimiento sostenible y la innovación en las grandes decisiones: cómo operar, dónde invertir, con qué proveedores aliarse y cómo garantizar la seguridad, tanto física como digital.
Cambio de modelo: de cantidad a calidad
Todos los factores nos conducen a una conclusión clara: el crecimiento sostenible no es posible sin una gestión de riesgos integrada y con visión de futuro. La gestión del riesgo debe incorporarse al plan estratégico, reconociendo la interconexión entre riesgos geopolíticos, climáticos, tecnológicos y sociales, entre otros. El reto pasa por convertir el riesgo en oportunidad, innovando con responsabilidad y anticipando escenarios disruptivos. En paralelo, conviene diversificar mercados y modelos de negocio para reducir vulnerabilidades y ganar resiliencia real.
Como venimos constatando desde WTW, y quedó patente en la jornada de Palma, crecer mejor implica anticipar más, diversificar mejor y cuidar a las personas con el mismo rigor con el que cuidamos nuestros destinos.

