El terremoto de magnitud 8.8 registrado el pasado 29 de julio en la península rusa de Kamchatka volvió a demostrar que los desastres naturales, por inesperados que sean, pueden ser enfrentados con eficacia si existen sistemas de prevención, alerta temprana y coordinación adecuados.
Este evento sísmico, uno de los más intensos de la última década, activó alertas de tsunami a lo largo del anillo del Pacífico. Las olas, que alcanzaron hasta cuatro metros de altura, motivaron la movilización inmediata de mecanismos de respuesta en países tan diversos como Japón, Estados Unidos, Perú, Chile, México, Ecuador, Colombia, y Rusia, entre otros.
Desde AGERS, queremos poner el foco no solo en la magnitud del fenómeno natural, sino en la magnitud del esfuerzo colectivo por mitigarlo. La gestión del riesgo no elimina la amenaza, pero reduce drásticamente sus consecuencias. Y eso se ha visto claramente en este episodio.
En Japón, la evacuación preventiva de casi dos millones de personas, incluido el personal de la central nuclear de Fukushima, se realizó sin incidentes, en un país que lleva más de una década revisando, adaptando y fortaleciendo su resiliencia tras el devastador tsunami de 2011. Esta vez, no hubo colapso nuclear, sino una actuación basada en la prudencia y el principio de precaución.
En América, las reacciones fueron igual de contundentes. Perú cerró 125 puertos a la espera de posibles olas. Chile activó protocolos tanto en el continente como en la isla de Pascua. México, Colombia y Ecuador desplegaron alertas y evacuaciones temporales. Estados Unidos, especialmente en Hawái, elevó sus niveles de emergencia, activó sirenas y movilizó a miles de personas hacia zonas seguras. Incluso regiones como Oregón, California o Alaska, poco afectadas finalmente, mantuvieron la vigilancia y los sistemas de evacuación listos.
La prevención funciona. La anticipación puede salvar vidas
En todos estos países, lo que ha marcado la diferencia no ha sido solo la tecnología de detección, sino la preparación institucional y ciudadana. La capacidad de respuesta ante riesgos naturales es una inversión estratégica que requiere planificación, colaboración público-privada y entrenamiento continuo. Aun así, lamentablemente hay que destacar pérdidas humanas y materiales que no se han podido evitar.
Como entidad comprometida con la cultura del riesgo, desde AGERS, subrayamos que la cultura de la gestión del riesgo debe consolidarse como un valor transversal en toda la sociedad. No se trata solo de una responsabilidad empresarial: los ayuntamientos, las comunidades autónomas y la ciudadanía en general son piezas clave para que la prevención y la protección frente a los riesgos se integren de forma natural en nuestro día a día. Trabajamos para que esta conciencia colectiva crezca, evolucione y se traduzca en acciones concretas que salvan vidas y reducen impactos.
La experiencia es una ventaja competitiva si se transforma en acción. Fukushima nos dejó una lección clara: no hay espacio para la complacencia. Hoy, la respuesta coordinada ante el terremoto de Kamchatka demuestra que el aprendizaje colectivo es posible y efectivo.
Este nuevo episodio debe servir como un recordatorio contundente: sin prevención, no hay resiliencia. La colaboración entre infraestructuras críticas, protección civil, aseguradoras, entidades de gestión del riesgo y administraciones públicas no es opcional, es esencial. Solo con una visión integrada y anticipatoria podremos estar preparados frente a lo inesperado.
