La intensa borrasca que descargó sobre Sevilla la pasada semana ha dejado tras de sí una imagen que la ciudad no olvidará fácilmente: calles anegadas, vehículos atrapados, garajes y bajos inundados, y la actividad económica prácticamente paralizada durante horas. Más allá de la anécdota meteorológica, este episodio vuelve a recordarnos la urgencia de abordar la gestión del riesgo de inundaciones desde una perspectiva integral que combine prevención, continuidad de negocio y coordinación institucional.
Un episodio de lluvias extraordinarias
El miércoles 29 de octubre Sevilla vivió una jornada de precipitaciones históricas. Según datos de EMASESA, se registraron hasta 115 litros por metro cuadrado en algunas zonas, con picos de más de 25 litros en apenas una hora. El 112 Andalucía atendió cerca de 70 incidencias solo en la provincia durante la mañana, relacionadas con balsas de agua, vehículos bloqueados y filtraciones en viviendas y comercios.
Los barrios de Cerro del Águila, San Pablo, Sevilla Este y Nervión fueron algunos de los más afectados. En los polígonos industriales, especialmente en El Pino, las naves sufrieron graves inundaciones, con pérdidas estimadas entre 80.000 y 90.000 euros por empresa, según medios locales. Comercios, oficinas y comunidades de vecinos han tenido que afrontar costosas tareas de limpieza, reparación de instalaciones eléctricas y reposición de mercancías dañadas.
Daños materiales y parálisis económica
El impacto de las lluvias ha ido mucho más allá de los desperfectos visibles. La tormenta paralizó temporalmente la circulación, interrumpió el transporte público y obligó a suspender operaciones en muchas empresas. El tejido comercial sevillano, especialmente los pequeños negocios y autónomos, ha sido uno de los más golpeados. En zonas bajas del centro, como la calle Alfonso XII, el agua alcanzó sótanos y garajes, inutilizando equipos y sistemas informáticos. Las aseguradoras y el Consorcio de Compensación de Seguros ya han empezado a recibir partes de siniestro. En términos de continuidad operativa, muchas empresas han sufrido no solo daños directos, sino también interrupciones de negocio: imposibilidad de acceder a las instalaciones, pérdida de existencias, cortes eléctricos o fallos logísticos. En un entorno económico ya complejo, cada hora de inactividad representa pérdidas difíciles de recuperar.
La respuesta institucional
Las administraciones públicas reaccionaron con rapidez. La Junta de Andalucía activó el Plan de Emergencias ante el Riesgo de Inundaciones, pasando de la fase de preemergencia a emergencia en varios municipios. El Ayuntamiento de Sevilla, por su parte, desplegó a los servicios de limpieza, bomberos, Policía Local y personal de EMASESA para atender incidencias y achicar agua en las zonas más afectadas.
El alcalde reconoció que la ciudad sufrió un fenómeno meteorológico excepcional y destacó que, sin la actuación inmediata de los servicios municipales, el balance habría sido mucho peor. Se anunció también una partida extraordinaria de 150.000 euros para asistir a las familias con menos recursos que hayan sufrido daños graves.
No obstante, diversos colectivos —incluidos ecologistas y técnicos en urbanismo— han vuelto a cuestionar la eficacia de las infraestructuras de drenaje y la capacidad de los tanques de tormentas para absorber este tipo de fenómenos. El cambio climático multiplica la frecuencia de lluvias extremas, y muchas ciudades, incluida Sevilla, deberán adaptar su urbanismo y su sistema de saneamiento para afrontarlas con resiliencia.
Lecciones para la gestión de riesgos
Desde la Asociación Española de Gerencia de Riesgos y Seguros (AGERS), este episodio se interpreta como una llamada de atención ineludible. Los eventos climáticos extremos, que antes se consideraban excepcionales, forman ya parte del nuevo escenario de riesgo empresarial. Las empresas deben reforzar sus planes de continuidad de negocio, evaluando la vulnerabilidad de sus instalaciones y operaciones ante inundaciones. Esto implica revisar la ubicación y el drenaje de los locales, establecer protocolos claros de actuación, disponer de seguros adecuados y prever escenarios de interrupción prolongada. En la gestión del riesgo, la prevención y la anticipación son los pilares fundamentales. Evaluar el impacto potencial, establecer medidas de mitigación (desde infraestructuras hasta barreras temporales o sistemas de bombeo) y formar a los equipos en respuesta ante emergencias son pasos esenciales para minimizar daños. Asimismo, es crucial fortalecer la coordinación entre empresas, aseguradoras y administraciones públicas. La respuesta institucional fue eficaz en términos de movilización, pero la magnitud del suceso evidencia que la gestión compartida de riesgos urbanos requiere planificación continua y revisión constante de los mecanismos de respuesta.
Conclusión
Las inundaciones de Sevilla no solo nos dejan imágenes impactantes, sino también un aprendizaje colectivo: la necesidad de integrar la gestión de riesgos en la cultura organizacional y en la planificación urbana. La continuidad de negocio no debe considerarse una cuestión reactiva, sino un compromiso estratégico con la sostenibilidad, la seguridad y la resiliencia. En un contexto donde los fenómenos climáticos extremos serán cada vez más frecuentes, prevenir, planificar y coordinar son las tres claves que marcarán la diferencia entre una crisis puntual y una pérdida estructural. Desde AGERS, reiteramos nuestro compromiso con la divulgación y promoción de una cultura sólida de gestión de riesgos y seguros, indispensable para la protección de las personas, las empresas y el tejido económico del país.
