El cambio climático ya es una realidad innegable. Sus efectos, olas de calor más intensas, episodios de lluvias torrenciales y fenómenos extremos cada vez más frecuentes, están poniendo a prueba unas infraestructuras que no fueron diseñadas para este nuevo escenario. Ante esta situación, la gestión de riesgos adquiere un papel decisivo: no basta con resistir, es imprescindible adaptarse y ser capaces de recuperarse con mayor rapidez.
En este contexto, se señala que la respuesta ante el cambio climático debe avanzar en dos direcciones complementarias. Por un lado, la mitigación, centrada en reducir las emisiones que aceleran el calentamiento global. Por otro, la adaptación, orientada a preparar a las organizaciones e infraestructuras para los impactos que ya se manifiestan. Ambas vías solo pueden prosperar mediante una colaboración efectiva entre todos los actores implicados, desde la administración pública hasta el sector privado.
Las aseguradoras, en este sentido, desempeñan un papel clave como socios estratégicos. Su capacidad para anticipar impactos, evaluar escenarios y aportar herramientas de transferencia del riesgo contribuye a que las decisiones se tomen con más información y perspectiva. Esto permite avanzar hacia modelos de infraestructura más robustos y
El reto ahora es actuar: rediseñar infraestructuras, repensar sectores productivos y apostar por modelos que integren sostenibilidad, equidad y resiliencia. El cambio climático, lejos de ser únicamente una amenaza, también abre una ventana de oportunidad para transformar y mejorar la manera en que planificamos y gestionamos nuestro entorno.
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